A lo largo de nuestro proceso educativo, nos han enseñado a no cometer errores y a elogiar a aquellos que consiguen las máximas calificaciones en los estudios. Por esta razón, un 10, una matrícula de honor es lo máximo a lo que uno puede aspirar, mientras que un 5 o un suficiente se considera algo mediocre. También en nuestra relación con nuestros padres, se nos premia o castiga en base al resultado en algún ámbito.
Esa es una de las razones por la que muchos de nosotros vamos programados para ir a siempre a por ese 10, que hasta puede significar recibir “amor”, y seguimos admirando a aquellos que lo consiguen repetidamente.
El que se mete en esa dinámica, empieza a recibir el reconocimiento y la admiración de los demás, lo que hace muy difícil soltar ese hábito. En algún momento, algunas de estas personas se empiezan a esforzar compulsivamente y sin tregua hacia objetivos que llegan a ser inalcanzables. Hasta tal punto, que se valoran a sí mismos en función de su productividad y sus resultados. Y aquí es donde empieza el problema.
Lo que pasa es que estamos viendo la película de forma incompleta, porque no se atiende a lo que cuesta llegar allí, ni tampoco a las renuncias que conlleva. Conseguir esa supuesta perfección en un ámbito, está restando energía, enfoque y tiempo a muchas otras áreas vitales. Tampoco se valora el modo de llegar a ello. Cómo siempre digo, el resultado está muy bien, pero es muchísimo más importante el proceso para llegar a él.
Cuando somos extremadamente perfeccionistas, nuestros patrones de comportamiento muestran carencias en aspectos que son fundamentales para el éxito y el bienestar a largo plazo. A continuación te voy a dar una serie de resultados que se han medido sobre ello.
Detrás del perfeccionismo extremo hay hábitos dañinos para la salud mental
Algunos científicos entre ellos David D. Burns han descubierto que unido a este patrón hay una tendencia a pensar de manera extrema: O TODO O NADA. Se evalúan las experiencias de manera dicotómica viéndolo todo en blanco o en negro, sin permitir la escala de grises. Con esta manera de pensar, cualquier resultado intermedio implica fracaso, lo que supone una carga muy pesada para el que la lleva.
Además, suele ir acompañada de una tendencia a SOBREGENERALIZAR, de manera que aunque se haya conseguido un 5 en el examen, o una buena aceptación en un proyecto, se percibe como un fallo. Entonces se suelen decir a sí mismos: “siempre la fastidio y nunca me sale bien”. Para colmo, una distorsión extra en la forma de pensar es la siguiente: “DEBERÍA HABERLO HECHO BIEN. A LA PRÓXIMA ESTO NO PUEDE SER”.
Con este proceso de pensamiento, lo que de verdad se consigue es mucha angustia y estrés psicológico, sentimiento de culpabilidad, y un diálogo destructivo hacia uno mismo que acaba con la autoestima que puede llevar a la depresión. Incluso abre la posibilidad al abandono de la tarea o el proyecto en el que se estaba inmerso.
El perfeccionismo resta productividad
Este hábito también repercute en la productividad, porque el proceso que lleva a conseguir esa supuesta perfección al 100% es tan intenso, que alarga su duración e impide comenzar algo nuevo. Desde la definición de esta palabra que significa generar un producto, mientras se está en modo “perfeccionamiento” no hay finalización y por tanto, la producción es nula. En cambio, si se van desarrollando proyectos con una calidad de un 80%, es muy posible que se triplique o hasta cuatriplique la productividad.
Por este mismo motivo, es lógico que al medir los resultados de las personas extremadamente perfeccionistas se haya llegado a la conclusión de que reciben menos ingresos económicos y en el ámbito del deporte, también consiguen peores resultados en las competiciones.
Por eso, si te ves reflejado en alguna de estas situaciones, te invito a que incorpores algunos de los siguientes hábitos:
Tu diálogo interno puede ser tu peor enemigo o tu mayor aliado
Cambia ese diálogo interno, reconociendo que hay opciones intermedias posibles y que son perfectamente válidas en el camino de la excelencia y la mejora continua. Haz un análisis objetivo, de todo aquello que te rodea y mira si es sostenible la clasificación en TODO-NADA. Por ejemplo, si el coche tiene un rayón, no por eso deja de ser horrible ni deja de servir para transportarte.
De igual manera, esa oferta que te han aceptado está muy bien aunque hayan hecho modificaciones en ella. Además, estate atento a las CONCLUSIONES AUTOMÁTICAS A LAS QUE LLEGAS, cuando piensas que es necesario alcanzar la perfección. Recuerda que por ser IMPERFECTO no vas a ser rechazado.
Aprende a mirar con otra perspectiva
Por otro lado te invito a que escribas en tu cuaderno especial para estos temas, las ventajas e inconvenientes que te ha supuesto ser perfeccionista en las distintas etapas de tu vida. Reflexiona sobre lo que has logrado y a lo que has tenido que renunciar, sobre los costos y beneficios para mantener ese patrón. Solamente si tú tomas conciencia y lo ves con otra perspectiva, decidirás si merece o no un cambio.
Observa y comprueba que es posible pasarlo bien aunque el resultado no sea perfecto. Haz un intento, mira lo que sientes y si disfrutas en el camino. Probablemente te des cuenta de que es mucho más gratificante esta nueva postura de afrontar los desafíos.
Abónate a la estrategia de subprometer para sobrecumplir
Cumple tus objetivos mientras te tratas con cariño. Porque cuando te pones objetivos que son fácilmente alcanzables, enseguida habrá motivos para la satisfacción y la celebración de esos logros te impulsará a seguir adelante poniéndote nuevos retos. Recuerda que un perfeccionista consigue buenos resultados a pesar del perfeccionismo y no debido a ello.
¿Qué? ¿Te abonas a cuestionar el perfeccionismo y aceptar la perfecta imperfección? En el camino de la mejora constante, la perfección plena no existe, porque siempre habrá distintos criterior para medirla, y no siempre coincidirán. Por ello, las personas altamente eficientes cuidan todos estos aspectos y son muy conscientes de lo que la forma de pensar y de trabajar afecta de manera integral a su vida.
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